Nietzsche: Filosofía en las montañas
"Friedrich Nietzsche " (Filósofo alemán, 1844 - 1900). |
"Este verano me he vuelto a reencontrar con Nietzsche en al menos dos lecturas obligadas, Ecce Homo, el cual viene siendo una suerte de autobiografía del filósofo alemán antes de su completa locura que finalmente lo iba a conducir a su muerte y, El Anticristo, libro en tono de crítica que hace referencia al cristianismo como aquel viejo «ideal» dominante en toda Europa desde hace dos milenios y que ha dejado de tener trascendencia moral desembocando en un horrendo nihilismo visible en la condición humana".
Ecce Homo es un libro que traza ideas finales, donde, el loco de Turín se pregunta cosas tales: ¿Cómo se llega a ser lo que es? ¿Por qué soy yo tan sabio? ¿Por qué soy yo tan inteligente? ¿Por qué escribo libros tan buenos? ¿Por qué soy yo un destino? etc. Todo lo anterior narrándolo de manera tenue como si de sus costumbres más habituales se trataran. Vivir en un lugar con buen clima, tener paisajes que contemplar, tener una dieta equilibrada, no ser inclinado a las bebidas alcohólicas y escuchar buena música que para el filólogo era lo más grande que podría existir, desde su primer encuentro con la obra de Wagner, antes de su quiebre con el compositor. En este ensayo poco dogmático y muy escéptico, Nietzsche presenta las propuestas fundamentales que iba a dejar en la tierra después de su muerte, en un tono apocalíptico. Con toda seguridad, se nos dirá que sus escritos son simplemente el más grande regalo de él hacia la humanidad entera. Al final del libro nos dice: «Conozco mi suerte. Alguna vez irá unido a mi nombre el recuerdo de algo monstruoso, de una crisis como jamás la hubo antes en la Tierra, de la más profunda colisión de conciencias, de una decisión tomada, mediante un conjuro, contra todo lo que hasta este momento se ha creído, exigido, santificado».
Debido a la complejidad y polémica de su filosofía, las palabras finales de su libro son, «¿Se me ha comprendido? Dioniso contra el Crucificado», dejando una enorme interrogante que solo aquellos que han logrado la «virtud» podrán comprender, por supuesto antes de exaltar bien su Zaratustra e intentar redimir el ideal cristiano ya en decadencia [decadent].
La filosofía nietzscheana es un sobrevolar montañas, es, por decirlo así, una «filosofía de las montañas», por ende, un filosofar en las alturas muy lejos de lo común ¡Nada hay mejor para el alemán que un aire de alturas, de montañas, de fríos y tempestades! ¡Todo se ve mejor desde la cumbre! Además, ¡solamente quien es capaz de soportar el peso de la soledad es quien vive como un ermitaño en los montes, con la sola compañía de aquel gran astro que nos alumbra día a día de manera sublime! Sin embargo, de lo anterior se nos pide precaución. Porque todo aquel que no esté dispuesto a ese aire fuerte, a ese filosofar con un martillo en la mano, a esa soledad insondable, a ese romper dogmas y viejos ideales, a esa soledad absoluta, corre el no pequeño peligro de salir damnificado de el. En su notable prologo dice:
Quien sabe respirar el aire de mis escritos sabe que es un aire de alturas, un aire fuerte. Es preciso estar hecho para ese aire, de lo contrario se corre el no pequeño peligro de resfriarse en él. El hielo está cerca, la soledad es inmensa; ¡más qué tranquilas yacen todas las cosas en la luz!, ¡con qué libertad se respira!, ¡cuántas cosas sentimos debajo de nosotros! La filosofía, tal como yo la he entendido y vivido hasta ahora, es vida voluntaria en el hielo y en las altas montañas (Nietzsche, 1908).
En este libro me he encontrado a Nietzsche con casi todas sus «mascaras» resueltas, excepto algunas otras ideas que iba a desarrollar más adelante. Para conocer más sobre sus ideales finales este libro es una lectura obligada. Se podría decir que es su única autobiografía, donde se llevan a cabo sus ideas generales, pero no solo eso, sino también, aquella pregunta que el mismo se hace y que pocos logran entender: «¿Cómo se llega a ser lo que se es?».
En El Anticristo Nietzsche deja en claro lo que el mismo deja ver de sí, ser un filósofo no «exento de peligros» o un «dinamita», en última instancia, un «amoral» ubicado más allá del bien y del mal. El nombre del libro no necesita mayor explicación, con seguridad se posiciona entre las peores criticas que se le han hecho a esta religión. Recordemos que fue Nietzsche uno de los maestros de la sospecha que intentaron dar muerte a Dios, que ya venía agonizando desde el Renacimiento y la Ilustración, además de Hegel y Kant, sobre la providencia de la Razón y el Estado. También, de esa línea viene Iván Karamazov, personaje de ficción de la novela de Fiódor Dostoyevski, Los hermanos Karamazov: «Si Dios ha muerto, todo está permitido». Novela que con toda seguridad el alemán leyó y de donde proviene una estirpe nihilista. El Anticristo es un título polémico, sin embargo, se podría hablar más bien de un anticristianismo, entendiendo esto último como el viejo ideal dominante desde hace dos milenios en Europa y parte del resto del mundo − recordar que por «ideal», Nietzsche entiende todo lo que se ha creído como absoluto desde el siglo I hasta sus tiempos. La crítica anticristiana es cultural, mientras que, el título de Anticristo es personal. Sin embargo, Nietzsche no tendría problemas en poner a la altura de algún dios griego con el Dios del cristianismo o comparar a alguno de los doce discípulos o al apóstol San Pablo con Zaratustra, el personaje «por excelencia»de su obra fundamental.
Nietzsche estaba intentado dar muerte a la metafísica monoteísta con herramientas politeísta anterior a la idea judeocristiana y sabía que para eso tenía que poner el lenguaje por sobre su filosofía. No hay piedad con nadie. Ni siquiera con los mismos alemanes quienes han dominado siempre en materia de filosofía, música, poesía, literatura y las variadas ciencias científicas. Aunque sí rescata a algunos del ámbito de las letras, Hölderlin, Goethe, Heine y Wagner.
Marx, Nietzsche y Freud, son considerados por el filósofo
Paúl Ricoeur en su libro “Freud: una interpretación de
la cultura” como los filósofos de la sospecha.
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¿Por qué volver a leerle? Leerlo es llamativo, Nietzsche cautiva, creo que, a pesar de ser un anticristiano, él tiene mucho de cristiano en al menos ciertas ideas generales, pero muy anticristiano a la vez. De hecho, en muchos aspectos, su Zaratustra lo escribió leyendo de reojos el evangelio y teniendo muy presente la realidad espiritual de la humanidad más que el ámbito material. La gran diferencia entre Marx y Nietzsche, es que el primero se enfocó en la pobreza material del hombre mientras que el segundo de la espiritual. Aunque en muchas partes Nietzsche nos parece un materialista, la verdad es que no, me atrevería a decir que hay mucho de trascendental en su filosofía a diferencia de la crítica marxista influenciada por la línea de Demócrito y Epicúreo, la cual ve al hombre como un montón de átomos determinísticos entre sí, como bien lo refleja Marx en su prólogo de la Critica a la economía política: «No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia». Es decir, no es la consciencia (idealismo metafísico o Dios cristiano) lo que determina al ser sino, es la materia misma, su realidad ultima, nada externo fuera de la determinación del ser humano, lo que determina la conciencia. Marx ubica al mundo aparente y real en una misma línea materialista. Nada hay fuera del hombre más que simples astros que nos alumbran.
Para Nietzsche el asunto no es tan sencillo que simplemente matar la conciencia, de hecho, la muerte de Dios le parece espantosa y ha notado que los hombres no se han dado cuenta de lo que eso implica, es por eso que dice que tendremos que convertirnos nosotros mismos en dioses para ser dignos de la muerte del más Sublime, Santo y Sagrado que el mundo ha poseído y que se ha desangrado bajos nuestros propios cuchillos:
Dios está muerto –¿quién lo mató? Este sentimiento de haber matado al más santo y omnipotente debe aún sobrevenir también en cada uno de los individuos– ¡ahora es todavía muy pronto!, ¡muy débil!, ¡asesinato de asesinatos!, ¡nos despertamos como asesinos! ¿Cómo se consuela uno de algo así? ¿Cómo se purifica? ¿No tiene que convertirse uno mismo en el más santo y todopoderoso de los poetas? (Nietzsche, 1882).
Con esto, Nietzsche deja en claro que efectivamente Dios ha muerto y que ha perdido credibilidad en la realidad moral y ética de los hombres viendo a esa Europa y especialmente Alemania fragmentada, por lo tanto, exige su muerte inmediata, para su «transvaloración». Pero, si Dios muere, lo que queda es la nada, aquel desierto que avanza en nuestras almas dejando su enorme sequedad espiritual, ergo, Nietzsche no alaba el nihilismo, no está a favor de la nada que corrompe el espíritu. El hombre debe superarse a sí mismo para no acabar en la nada del nihilismo surgido de la muerte de Dios. Debe vencer a Dios y a la nada:
Alguna vez tiene que llegar este hombre del futuro, que nos liberará por igual del ideal existente hasta ahora como de lo que hubo de surgir de él, de ese gran asco, de esa voluntad de la nada del nihilismo; esa campanada del mediodía y de la gran decisión, que vuelva a liberar la voluntad, que devuelva a la tierra su rumbo y al hombre su esperanza; ese anticristo y antinihilista, ese vencedor de Dios y de la nada (Nietzsche, 1882).
Como se ve, las disyuntivas de Nietzsche no son tan sencillas que simplemente negar por absoluto la idea espiritual adyacente a los seres humanos. Este desierto que el predice le parece lo más horrendo que puede ocurrir en la humanidad, ¡hay quien en su alma alberga desiertos!
Nietzsche, muy lejos del dogmatismo de la academia citó siempre a muy poca gente en sus escritos, pero hoy es referenciado y citado por muchos. Los libros dedicados hacia el no pasan desapercibidos, con seguridad son los estudios de Martin Heidegger los más relevantes luego de su muerte, mas allá de las múltiples biografías. Su escritura es llamativa. Nos escribe en aforismo, Nietzsche no reflexionaba, simplemente cantaba, reluciendo aquel buen poema de Hölderlin: «El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona». En su novela Hiperión, o el eremita en Grecia, hablando a Diotima. No me cabe duda que entendió muy bien esa pugna entre los poetas y filósofos, los primeros vuelan por los aires sin permiso de nadie, sin cuidado de nadie, son verdaderos magos que pasan por encima de todo lo real y concreto del mundo. El poeta no necesita otra cosa que su imaginación, un entorno y su experiencia para sus cánticos. Quien reflexiona, sin embargo, se vuelve dogmático, pierde la imaginación, baja del cielo. Sus pies deben estar siempre en la tierra y cualquiera sea la vez que pretendan elevarse, no logran otra cosa que las críticas de los dogmáticos. Es por eso que Nietzche, al igual que Heidegger y muchos otros, terminan escribiendo poemas al final de sus vidas o en medio de sus largos y aburridos estudios de filosofías, incluso Marx lo hizo.
Este verano me he vuelto a reencontrar con Nietzsche y lo he hecho con estas dos lecturas sin las cuales seria imposible entender el nihilismo social y el posmodernismo sobre el cual estamos inmersos. El alemán antialemán no era un profeta, pero sus teorías se ven comprobadas cada día nuestra cultura actual. Nietzsche vería nuestro mundo y le parecería horrendo. El más horrendo espectáculo de sequedad espiritual. Y esta idea anterior, más allá de las serias contradicciones que se puedan encontrar, es muy parecida −al menos en rasgos generales− a la predicada por la ética cristiana.
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